Una boda, como sea que esta sea, es un magno evento. Todos están felices, incluso los que están en contra de la boda, bajan la guardia y se divierten. Los novios contagian amor y felicidad a todos los que los rodean en esos momentos. Incluso cuando ves unos novios afuera de una Iglesia o en su coche de bodas te emocionas aunque no los conozcas.
Las novias son brillantes, es su día. Nadie se los podrá robar, nadie las podrá opacar; ese día ella es la mujer más bella de toda la fiesta. La mayoría de nosotras soñamos con ese momento, el vestido blanco con mucha tela hermosa y glamorosa, un hermoso peinado y el toque final, el hermoso velo de color claro que les cubre la cabeza y los hombros y dan majestuosidad al atuendo.
Cuando ya te casaste, participar en una hermosa boda es genial, renuevas tus votos, te acuerdas de tu boda, definitivamente te acerca más a tu pareja. Cuando todavía no te has casado, se convierte en un sueño verte así de hermosa, con el vestido blanco y el príncipe azul a tu lado. Algún día...
¿En qué momento todo ese sueño hecho realidad, todo ese amor, toda esa felicidad se desvanece? ¿En qué momento empiezas a odiar tanto a tu pareja que después del divorcio no quieres ni encontrártelo en la calle? ¿En qué momento se convirtió tu sueño hecho realidad en odio y frustraciones?
He asistido a muchas bodas, he sido testigo del amor que se prometen para la eternidad las parejas ante el altar y ante un juez. Y también he sido testigo de la manera en que se pueden destrozar al cabo de los años esos mismos novios enamorados y enamoradas "para siempre".
Se odian, simplemente, se odian. No se toleran, se lastiman, se hacen daño. Al mismo tiempo los dos y ninguno tiene la razón. Y lo peor, llega la infidelidad, de cualquiera de los dos, ahora hombres y mujeres por igual, sin escrúpulos o remordimientos, tienen una relación con otra persona y tan campantes y como si nada llegan a su casa.
En qué parte de la historia se les olvidó que con el corazón en la mano se dijeron "te seré fiel por el resto de mi vida". ¿Será que no lo sentían? ¿Será que fue sólo una mentira para cumplir con los requisitos sociales?
Después de tomar una decisión tan importante como es casarse con alguien, nunca se nos debe olvidar ese día "inolvidable". Los votos, el compromiso con Dios, con la Iglesia y con nuestros padres, jamás debe borrarse de nuestra memoria, dimos nuestra palabra, prometimos muchas cosas, las cuales al sonar trilladas pareciera que carecen de importancia al cabo de los años.
Se me hace imposible que de la noche a la mañana pasen del amor al odio, algo tuvo que pasar, algo sucedió demasiadas veces, las cuales pasaron desapercibidas para los dos, para que ese amor tan grande además de que desapareciera, se convirtiera en un odio y un desprecio jamás contenido por alguien.
Creo que una buena estrategia es vivir cada día como si fuera un día especial, aunque hagas lo mismo, aunque te canses igual que siempre, aunque te hagan enojar... al final de cada día debemos resolver los problemas, dejar asuntos para después, o pretender que nada pasó, cuando sí pasó algo que no te gustó, hace que el amor se muera.
Respetarse mutuamente, interesarse por las cosas del otro, arreglarse y mantenerse si no mejor, al menos igual que cuando te conoció tu pareja es obligatorio. Son cosas que no puedes posponer, ni mucho menos hacerlo un día sí y cinco no.
El cuento de la plantita que florece día con día ya nos la sabemos... pero no la actuamos. Se necesitan muchos pantalones para actuarla, para crear un gran jardín... para vivir: "Felices para siempre".
Sinceramente
Mariana
(Te quiero amigo y les deseo toda la felicidad del mundo, Rubén R.)